Don Celedonio Junco de la Vega
Biografía
Por Ricardo Covarrubias
 
En su residencia de la calle de Ocampo Nº 877 oriente, cumplió, el 23 de octubre último, 84 años de vida el poeta don Celedonio Junco de la Vega.

En la H. Matamoros, Tamaulipas, en el hogar de don Manuel Junco de la Vega y de doña Eugenia Jáuregui de Junco de la Vega, vio la primera luz el 23 de octubre de 1863 y su niñez y su juventud se deslizaron plácidamente en la que fuera la Villa del Refugio, que a partir de 1828 adoptó el nombre del cura de Jantetelco en aras de la presencia, en su medio social, de la hija del insigne patriota, la madre del después mártir de Uruapan, el general don Carlos Salazar.

Su despierta inteligencia tuvo en la H. Matamoros de aquel entonces un amplio campo de observación y de asimilación. Sus maestros le premiaron repetidamente en los actos de fin de curso y pasó al Colegio de San Juan, el meritísimo establecimiento en donde se educara el héroe del Cinco de Mayo don Ignacio Zaragoza y formó en un privilegiado grupo estudiantil del que tan sólo citaremos dos nombres: el poeta don José Arrese y el licenciado don Francisco León de la Barra que llegara a presidente constitucional interino de la República. En el Colegio de San Juan tuvo la suerte de hallar maestros que supieron dirigirle y orientarle no sólo al cultivo y al dominio de los conocimientos humanos, sino a dar pábulo a las excelencias del espíritu y a los placeres estéticos.

Las fiestas del Colegio en los años del 1875 al 1880 fueron gloriosas por el aplauso general que recibieron de la sociedad de Matamoros y por el entusiasmo que en ellas desplegaba el alumnado, dirigido por el maestro don Isaac Prieto.

Después, don Celedonio Junco de la Vega, que “había nacido adulto en la carrera de las letras” según la frase del atildado novelista y poeta el licenciado don José López Portillo y Rojas, principió su carrera literaria dando a la luz pública sus primeros poemas y aceptando su primer trabajo en la casa comercial de don Francisco Armendaiz.

Este nexo y la probada exactitud moral y material de don Celedonio, le permitieron conocer Monterrey, establecerse en Monterrey y dejar su tierra natal, la H. Matamoros a la que siempre añora y nunca niega, el 7 de marzo de 1889.

Cuatro años después, cuando ya tenía un exacto conocimiento del medio reynero y había dominado sus deberes en la casa matriz del señor Armendaiz, sita en la actual calle de La Corregidora, frente a la plaza Hidalgo, principió sus nuevas tareas en el recientemente creado Banco de Nuevo León, del que eran alma don Evaristo Madero y su hijo don Ernesto, recientemente llegado éste de su viaje a Europa, en donde se había perfeccionado en el mundo bursátil y en donde había logrado aprender los conocimientos que puso en vigor en esa institución crediticia y los que después llevó a la práctica en México, cuando le tocó en suerte sustituir al licenciado don José Yves Limantour en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

Para ese entonces (1893-1895) don Celedonio Junco de la Vega ya era conocido en la República como “el poeta de Monterrey” y había logrado fincar su hogar propio al contraer nupcias, el 9 de noviembre de 1893, con la señorita Elisa Voigt, de reconocidas virtudes en la sociedad regiomontana.

Los renglones cortos de “C. Junco de la Vega” visitaban la casi totalidad de los diarios de las principales ciudades de la República y precisamente en 1895, prologado por el poeta don Juan de Dios Peza, autor de Cantos del hogar, apareció el primer volumen de versos de don Celedonio que, con su reconocida modestia, lo intituló Versos.

Entre sus tareas bancarias, su hogar y sus colaboraciones a los periódicos, pasó don Celedonio el fin del siglo XIX y los primeros años del presente siglo. En Monterrey había popularizado diversos seudónimos: “Y Griega”, “Martín de San Martín”, “Rubén Rubín”, “Ramiro Ramírez”, “Armando Camorra”, “Quintín Quintana”, “Modesto Rincón”, “Pepito Oria” y algunos otros más y en las fiestas sociales y patrióticas se había logrado imponer por lo correcto de su dicción; por su espontaneidad para declamar y por los vuelos de su inspiración siempre orientada a la exaltación de todo lo nuestro, de todo lo noble y de todo lo bello. En las fiestas del 2 de abril y del 16 de septiembre, el poeta don Celedonio Junco de la Vega prestaba año tras año su colaboración para el mejor lucimiento de las matinés en el Teatro del Progreso, ubicado en la actual calle de Escobedo, y a la postre en el Teatro Juárez, que se alzó en el mismo sitio en que se halla en la actualidad el Teatro Rex, antes Independencia. Alternaba allí con lo más granado de la intelectualidad regiomontana de ese entonces y su nombre aparece siempre al lado de los del licenciado Virgilio Garza, licenciado Enrique Gorostieta, doctor Rafael Garza Cantú, poeta Manuel Barrero Argüelles, licenciados Francisco de P. Morales, Vicente Garza Cantú y Enrique Ballesteros, poeta Ricardo M. Cellard y de los jóvenes estudiantes de ese entonces Manuel Múzquiz Blanco, licenciado José F. Guajardo, Andrés Sánchez Fuentes y José González Evia.

Cuando en diciembre de 1898 visitó Monterrey el presidente de la República general don Porfirio Díaz, el poeta don Celedonio Junco de la Vega declamó una bellísima oda que le valió el reconocimiento del homenajeado.

Un diario tapatío, El Correo de Jalisco que dirigía don Antonio Ortiz Gordoa, convocó a todos los poetas del país a un concurso de exaltación a Hidalgo y como en las bases se pidiera apartar de la Madre Patria todo motivo de lesión, don Celedonio envió un soneto en el cual comparaba al cura de Dolores con el rey don Pelayo, el héroe de Covadonga, con lo cual se ganó la flor natural no obstante que en el concurso había composiciones de escritores de tanto renombre como el malogrado Andrés Arroyo de Anda y el periodista don Manuel Caballero.

En 1905, su amistad con los licenciados don Francisco de P. Morales y Rafael Lozano Saldaña y con el inteligente español don Francisco Somohano, hizo que formaran una pequeña editorial publicista de un periódico literario al cual dieron el nombre de El Grano de Arena. Era editor de la publicación don Vicente Martínez y prácticamente florecía en dicho órgano de publicidad el espíritu de las reuniones de algunos hombres de letras que, en trascantina, hacían duelos rimados, escarceo en el que don Celedonio Junco de la Vega es maestro de maestros, pese a que sus interlocutores se llamaran Manuel Puga y Acal, Juan B. Delgado, licenciado Francisco de P. Morales, Manuel Barrero Argüelles y algunos más.

El licenciado don José López Portillo y Rojas, a la sazón diputado federal por el distrito cuya cabecera era Linares, prologó el segundo tomo de versos de don Celedonio Junco de la Vega, intitulado Sonetos.

En obras teatrales también obtuvo triunfos don Celedonio y, entre otros, en los estrenos de algunos entremés como El retrato de papá, Tabaco y rapé, La familia modelo y aún en otras piezas de mayor enjundia como Todo por el honor y Dar de beber al sediento que estrenó la compañía de la primera actriz Prudencia Griffel el 30 de abril de 1909, durante su temporada en el Teatro del Progreso de la calle Zaragoza.

Cuando en el año del centenario de la proclamación de la Independencia nacional el Centro Español de Monterrey convocó a un concurso literario que revistió la solemnidad de Juegos florales, don Celedonio Junco de la Vega triunfó en la justa con su bellísima composición intitulada “A la ciudad de Monterrey”. El 23 de septiembre de 1910, el Teatro Independencia, que apenas si tenía ocho días de inaugurado, lucía con sus mejores galas a fin de recibir a SGM Consuelo I reina de los Juegos florales y a su lujosa corte; a las autoridades civiles y militares del Estado y de la ciudad, y a todos los hombres de letras que acudían a presenciar el solemne momento en que el poeta laureado recibía la Flor natural, como en los tiempos de Clemencia Isaura.

En los primeros días del triunfo de la Revolución, don Celedonio Junco de la Vega fue llamado a México, D. F. Don Ernesto Madero, que sabía de sus luces y de su precisión, le pidió aceptara su secretaría particular (la del secretario de Hacienda y Crédito Público en el gabinete del licenciado don Francisco León de la Barra y en el de don Francisco I. Madero) y en atención a las bondades que don Ernesto le prodigara en años idos, don Celedonio aceptó estar a su lado, dimitiendo a la postre dado su quebranto en la vida de la capital y su constante añorar de las tierras norteñas en donde había amado y sufrido y en donde había padecido y triunfado.

Se apartó así de la posibilidad de involucrarse en la más apasionante de nuestras tragedias contemporáneas y volvió a Monterrey a dar atención a la educación de sus hijos: quince en total, de don Rodolfo a don Humberto y de quienes se halla orgulloso puesto que todos y cada uno ocupan un justo lugar en el mundo de las letras, de la economía, del periodismo, de la sociedad.

Él les orientó y les marcó pauta a seguir y tomaron de ello debida nota cuando en 1900 le advertían en su constante colaboración a El Espectador: cuando notaron su abundante correspondencia que llevaba sus poemas a los principales periódicos de la patria y cuando en 1919, invitado por Ricardo Arenales, inició sus diarias tareas en El Porvenir, el periódico de Monterrey que aún se publica bajo la dirección de don Federico Gómez y del cual fue editorialista hasta que, el 2 de abril de 1922, vio la primera luz El Sol, el ahora vespertino regiomontano del que es fundador y director-gerente su hijo primogénito don Rodolfo Junco de la Vega.

En esas funciones de editorialista, a las que no faltó un solo día y en las que su acuciosidad le hacía escribir los editoriales, corregir la prueba, pedir contraprueba y cerciorarse de que las correcciones se colocaban en su sitio, pasó más de veinte años, sin importarle jamás si el tiempo era bueno o malo, si nevaba o insolaba el bochorno y si había amplitud económica o eran días de penuria por los que el periódico pasaba.

De 1937 a la fecha, don Celedonio Junco de la Vega ha entrado en un periodo de tranquilidad en virtud del ruego de sus hijos, dadas las atenciones de su abnegada compañera la señora Voigt de Junco de la Vega y en virtud de agudos ataques físicos que le postraron gravemente, al grado de entorpecerle el movimiento total de todo el lado izquierdo.

En su tarea de recuperación física, ya lograda afortunadamente, no se crea que ha estado inactivo. Su vieja afición de cultor del epigrama la ha seguido practicando constante, imperturbablemente y no hay ocasión para él principal en donde no se apresure a dar las muestras de su ingenio y plenitud, lo mismo cuando se casa su primera nieta; cuando él cumple los 81; cuando llega a sus noticias la muerte del príncipe del ingenio contemporáneo de México José F. Elizondo, “Kien”; cuando establece juegos de versificación con su hija Aurora, la esposa de Roberto Gómez, etcétera.

Desde 1917 es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, a propuesta de los entonces socios de número licenciado don José López Portillo y Rojas, doctor Enrique González Martínez y poeta Enrique Fernández Granados y su último tomo de versos publicado es el que apareció en 1911 con el título de Musa provinciana y en el cual inserta, en las primeras páginas, su poesía laureada “A la ciudad de Monterrey”, de la cual no resistimos en tomar las estrofas finales en que dice:

¡Vida, sí, generosa y alta y bella!
¡La que tú sintetizas!
¡La que va desbordando en tus talleres;
la que en tus magnas fábricas radica;
la que tu industria y tu comercio entrañan;
la que en tu noble corazón palpita!
¡Vida, sí, la suprema
del amor a la santa poesía!
¡La que en feliz alianza
las almas unifica!
Tal es el himno que a tu pompa augusta
hoy en mis labios vibra:
¡El himno sacro a tu viril grandeza!
¡El himno perdurable de la vida!

Don Celedonio, parco en la juventud; sobrio en la madurez; austero en la senectud; siempre jovial y caballeroso, posee el privilegio de una memoria siempre lista a satisfacer a los que algo inquieren.

Su vida se desliza entre el calor de los muy suyos y su placer es desbordante con los triunfos de sus hijos: los periodísticos de don Rodolfo; los ideológicos de don Alfonso; los tesoneros de don Eduardo; los de sociedad de don Humberto, etcétera.

“Humorista desconocido”, ve placenteramente deslizarse los días y entona en propia carne “el himno perdurable de la vida” y como todo hombre de bien se ufana de su cuna, vinculada a la H. Matamoros y siente muy hondo cuando su nombre literario, sensitivo y diáfano, ocupa un sitio principal entre los poetas de América.

Monterrey, Nuevo León, enero de 1948.

Ricardo Covarrubias, Datos biográficos, segunda edición corregida y aumentada, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2008, 152p.

Ricardo Covarrubias, “Celedonio Junco de la Vega”, en Datos biográficos, segunda edición corregida y aumentada, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, 2008, pp. 33-41.

Nueva información de los editores

En esta segunda edición se incorporan: a) seis textos de Ricardo Covarrubias –tomados de Año de Juárez– relativos a personajes de la política y la milicia, a diferencia de los dos anteriores, Héctor González y Celedonio Junco de la Vega, prominentes escritores e impulsores de la cultura; b) los testimonios personales del profesor Humberto Buentello Chapa y del historiador Gerardo de León.

Al transformarse el edificio del antiguo Colegio Civil en centro cultural, desaparece el aula Ricardo Covarrubias, al igual que las dedicadas a los maestros Mateo A. Sáenz y Vicente Reyes Aurrecoechea.
En Lagos de Moreno fue erigido un busto del maestro Ricardo Covarrubias.

Impreso en los Talleres Linotipográficos del Gobierno del Estado de Tamaulipas, Ciudad Victoria, 1948, pp. 5-12.